Porque
todo tiene un comienzo y un fin, y el nuestro ha llegado al suyo.
Parece
que fue ayer cuando entrabamos por esa puerta de color verde, verde esperanza,
para encontrarnos con el Coordinador y los maestros-tutores, con los nervios típicos
de tener que enfrentarse a algo desconocido pero que por desgracia terminó hace
ya cuatro días.
Ha
sido una de las mejores experiencias de mi vida. Ponerme en contacto por
primera vez, cara a cara, con un grupo tan numeroso de alumnos ante los cuales
eres una desconocida, pero que en tan solo cuestión de segundos te tratan como
una más, aunque siempre con el respeto que te mereces y por los cuales, sin
saber cómo, te preocupas, te informas sobre sus situaciones y los ayudas
durante esas tres semanas en todo lo posible.
Del
mismo modo, tanto mi estancia en el centro como la de mis seis compañeros, que he
tenido la oportunidad de conocer pero sobre todo de trabajar con ellos, ha sido
maravillosa, desde el trato que hemos recibido de los maestros-tutores y de dirección
pasando por los alumnos o resto del profesorado de todos los niveles que en el
centro se impartían.
Pero
si algo no se me olvidará de estas tres semanas a parte de todo lo que he
aprendido, será la cara de esos 26 alumnos el último día. Fue una gran despedida
envuelta de besos, abrazos, multitud de regalos (murales, pulseras, un poema…)
y las típicas frases: “No queremos que te vayas”, “Te vamos a echar de menos”…
que nunca olvidaré y cuyos regalos guardaré para siempre como recuerdo de mis
primeros inicios en la práctica docente.
Se
cierra un período de nuestra vida, pero se abre otro para continuar formándonos
y poder ponerlo todo en práctica dentro de un año justamente. Ya estoy tachando
los días de mi calendario para volver a entrar por la puerta de color esperanza
del colegio y volverle a ver la carita a esos niños aunque les prometí que iría
cuando pudiera y sobre todo a la fiesta de fin de curso y así haré.
Un
beso, hasta siempre.
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